Antonio Orozco (52), sobre su juventud en Barcelona en los años 80: "Mi padre me dijo que si quería una guitarra ese verano tendría que trabajar con él en la construcción"

Antonio Orozco (52), sobre su juventud en Barcelona en los años 80: «Mi padre me dijo que si quería una guitarra ese verano tendría que trabajar con él en la construcción»

Antonio Orozco (52), sobre su juventud en Barcelona en los años 80: "Mi padre me dijo que si quería una guitarra ese verano tendría que trabajar con él en la construcción"

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Antonio Orozco recuerda un verano que olía a cemento y radio encendida. Tenía 13, 14 años en una Barcelona que todavía se estaba haciendo a sí misma, y pidió una guitarra. Su padre, albañil, no negó ni prometió nada: puso una condición. Trabajar juntos en la obra, todo el verano, y luego hablamos. Detrás de esa frase, una educación completa: valor, ritmo, orgullo de barrio. Y una cuerda pulsada por primera vez con las manos cansadas.

Las persianas subían con un chirrido corto y las calles oían a los furgones de obra, a los saludos de “bon dia” sin perder el paso. Antonio camina al lado de su padre, más callado que de costumbre, con los guantes nuevos en el bolsillo y un deseo que le pica: esa guitarra que vio en un escaparate del centro, con el golpeador rayado y una etiqueta que parecía un imposible. El padre no sermonea. Sólo marca el paso, le pasa una paleta y le suelta la frase que se queda flotando entre andamios: “Mi padre me dijo que si quería una guitarra ese verano tendría que trabajar con él en la construcción”. El chico asiente. No sabe todavía que la música ya ha empezado ahí. Una mirada basta.

Un verano de manos ásperas

La ciudad sonaba a mezcla y a radios pequeñas con Los Ronaldos, Mecano, El Último. Antonio aprendió primero a escuchar los ritmos del barrio: el golpe del saco al suelo, la carretilla, el cubo pasando de mano en mano. No había prisa por hablar. El lenguaje lo ponían los ladrillos alineados, la sombra compartida, el bocadillo a media mañana con mortadela y risas secas. El peso del día se quedaba en las palmas. El polvo se pega a la piel como una segunda camiseta. Y esa textura, áspera y real, empezó a colarse en sus dedos sin que él lo supiera. **La música futura tomó forma en el compás de la obra.**

Hubo una tarde concreta, a finales de agosto, en la que cambió algo. Cobraron en sobres, como se hacía entonces, y el padre, con ese gesto de “haz tú”, le dejó contar billetes sin decir una palabra. Antonio bajó del autobús en el centro y caminó hasta una calle de tiendas de música donde las paredes son espejos de guitarras. No llevaba prisa ni vergüenza. Probó una de segunda mano, más ligera de lo esperado, con una madera que ya tenía historias. El dependiente, de bigote fino, le guiñó un ojo como diciendo “esto es para tocar sin miedo”. Salió con la funda al hombro y un latido nuevo: la propiedad de lo ganado.

Ese pacto, trabajo por deseo, dejó una huella que no se borra en el escenario. Hay disciplina en guardar silencio hasta tener algo que cantar. Hay dignidad en llegar temprano al ensayo, afinar solo, respetar la cadena de trabajo como en una cuadrilla. Y hay una cosa más sutil: el oído para el pulso del día. Las canciones de Orozco siempre parecen buscar el latido común, el que se entiende sin explicación. La obra le enseñó que un buen estribillo se parece a un muro bien aplomado: se sostiene, acompaña, y nadie pregunta cómo, simplemente está bien hecho. **Lo aprendido con el ladrillo se hace canción cuando el cuerpo recuerda el ritmo.**

Métodos que se quedan para siempre

En casa, la guitarra nueva y las manos cansadas inventaron un método simple. Afinar, tres acordes limpios, parar, otra vez. No más de veinte minutos seguidos, porque la yema pide pausa y respeto. Antonio marcaba el tiempo con la bota, como en la obra, y hacía que el rasgueo cayera siempre en el mismo lugar, igual que un saco de arena bien soltado. Si una cejilla se resistía, dejaba que la izquierda descansara mientras la derecha jugaba con ritmos de palmas. Un truco tonto: ligar el nombre de cada acorde a una herramienta. Sol era la paleta, Re el martillo, La el nivel. Memoria de barrio.

Hay errores que se repiten en cualquier época. Creer que hace falta equipo caro para sonar honesto. Empeñarse en tocar seis horas de golpe y acabar odiando la guitarra una semana. Confundir el atajo con el camino. **Seamos honestos: nadie hace eso todos los días.** Mejor poco y seguido, mejor ritual que maratón. Y compartir lo que sale, aunque sea torpe, porque el oído del otro es espejo y aliento. Si un día no hay ganas, escuchar a alguien que te mueva y parar ahí. La constancia no es heroica, es doméstica, casi invisible. Y funciona.

En el estudio, años después, él sigue buscando el latido de aquel verano. Las palmas salen naturales, el silencio entre frase y frase no asusta. Hay una ética del trabajo que se oye en los finales bien rematados, en no dejar una toma a medias. La guitarra no perdona el apuro, como un muro mal levantado.

“Mi padre me dijo que si quería una guitarra ese verano tendría que trabajar con él en la construcción”. Y yo entendí que el sonido se paga, claro, pero sobre todo se gana.

  • Practica con un temporizador de 15-20 minutos y descansa dos minutos entre bloques.
  • Graba tu rasgueo con el móvil para escuchar el pulso sin distracción.
  • Encuentra un ritmo cotidiano (pasos, tren, lavadora) y tócalo encima.
  • Cierra cada sesión con un acorde limpio que te guste. Que el último recuerdo sea amable.

Lo que queda de ese chico en el artista de hoy

Hay conciertos en los que la voz baja y el público canta por instinto, como si el estribillo saltara de una obra a otra, de un andamio a un pabellón. Antonio, 52, mira al fondo y se diría que ve un verano entero de radio y polvo. No hay nostalgia de postal, hay memoria útil. La ciudad cambió, las grúas vienen y van, pero el pacto del principio sigue funcionando: dar para recibir, esforzarse para decir la verdad. Todos hemos vivido ese momento en el que pides algo grande y alguien te ofrece un camino, no un regalo. **Ahí se decide una biografía.** El sonido de Barcelona en los 80 no era sólo música: eran pasos, voces, fundas de guitarra subiendo al bus. ¿Qué guitarra pide hoy cada uno, y qué trabajo valiente está dispuesto a poner a cambio?

Punto clave Detalle Interés para el lector
El pacto con su padre Trabajar un verano en construcción a cambio de la guitarra Entender cómo nace una ética creativa desde lo cotidiano
Método simple Bloques cortos de práctica, ritmo de bota y memoria de herramientas Aplicable hoy para aprender sin frustración
Barcelona 80s Ritmos de barrio, radios, obras y orgullo obrero Contexto vivo que explica el pulso de sus canciones

FAQ :

  • ¿Dónde creció Antonio Orozco y cómo influyó en su música?En L’Hospitalet de Llobregat, entre familias trabajadoras y radios encendidas. Ese entorno le dio un pulso directo y cercano.
  • ¿Es real la historia de la guitarra y la obra?Él la ha contado como un origen simbólico: trabajar con su padre y ganar el instrumento. Una lección que se volvió hábito.
  • ¿Qué aprendió de la construcción que aplique al escenario?Ritmo, paciencia y respeto por el equipo. Un concierto es una cuadrilla que levanta algo juntos.
  • ¿Qué consejo da a quien empieza con poco dinero?Busca un método sencillo y constante. Lo caro no te salva si el pulso no está.
  • ¿Cómo suena Barcelona en sus canciones?Suena a palmas, a estribillos que se sostienen, a historias que pueden cantarse en la calle o en un estadio. **Suena a verdad compartida.**
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2 respuestas a «Antonio Orozco (52), sobre su juventud en Barcelona en los años 80: «Mi padre me dijo que si quería una guitarra ese verano tendría que trabajar con él en la construcción»»

  1. mélanie

    Impresionante cómo un verano de obra puede marcar el compás de toda una carrera. Se nota ese pulso en sus canciones, sólido y honesto. Gracias por contar los detalles cotidianos: la paleta, el bocadillo, las palmas. Inspirador de verdad. 🙂

  2. Mélanie

    ¿No estamos romantizando un poco el sacrificio? Aprender música no debería pasar siempre por trabajos duros y riesgosos. Ojo con convertir la dureza en requisito, cuando lo esencial es el método y el acceso.

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